
La actual situación eléctrica ha generado un intenso debate en toda la sociedad venezolana. En la medida que la pobreza energética aumenta y los “sin luz” se expresan en las calles, el volumen acerca de la gravedad de la crisis sube de tono. Sin embargo, es lamentable que las voces profesionales y políticas que dominan la opinión pública dejen de lado a la energía solar y eólica como solución viable a este problema y opten por defender la instalación de plantas termoeléctricas a base de combustibles fósiles. La miopía entre estos actores les impide leer acertadamente el curso de esta era.
Es un error conceptual, político y estratégico descartar el potencial de nuestro sol y viento como pilares de una nueva industria nacional, y por ende, soporte de un nuevo proyecto de país. Los verdaderos retos de este siglo, la pobreza, desempleo, inseguridad y cambio climático, sólo podrán enfrentarse si ponemos en marcha todo nuestro potencial energético, más allá del petróleo. Tal como lo señaló Juan Pablo Pérez Alfonso en 1975 y hoy está más vigente que nunca, aun cuando tengamos grandes reservas de hidrocarburos, debemos promover la explotación de nuestras fuentes renovables, las cuales son limpias y no contaminantes.