En un mundo altamente industrializado se crean objetos de consumo en grandes cantidades, gastando innumerables recursos naturales y quizás generando una falsa demanda.
Durante la Cumbre de Johannesburgo 2002 (Desarrollo Sostenible) se dijo que “el 15% de la población mundial que vive en los países de altos ingresos es responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% más pobre, en los países de bajos ingresos, es responsable solamente del 11% del consumo”.
Esta realidad no ha variado mucho hoy en día, mientras que los cambios evidentes en el planeta sí. De allí que se impone una reorientación humana. Consumir responsablemente es adquirir un producto o disfrutar un servicio no sólo pensando en la satisfacción de una necesidad sino también en cuánto estamos afectando nuestro entorno social, económico y ambiental. Son los consumidores quienes tienen la tarea de parar la impulsividad y evaluar un producto totalmente antes de adquirirlo.
Los pasos son sencillos: reflexionar antes de comprar; considerar el impacto ambiental de un bien (al producirlo, transportarlo, distribuirlo, consumirlo y desechar sus residuos); determinar si las empresas involucradas en estas etapas respetan el medio ambiente y los derechos humanos; considerar qué tipo de establecimiento favorecer según sus políticas de conservación, equidad y respeto y por último, asegurarse de la calidad de lo comprado (estar comprometido con el entorno no significa baja o dudosa calidad). Ser un consumidor responsable es ejercer la ciudadanía activamente.
Como ha señalado la Premio Nobel sudafricana Nadine Gordmier: “el consumo es necesario para el desarrollo humano cuando amplia la capacidad de la gente y mejora su vida, sin menoscabo de la vida de los demás”.
Heidy Ramírez
@ideagenial
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