Incluso los autos pueden prescindir de la nafta y andan a biogás.
Elizabeth Rosenthal
The New York Times
KRISTIANSTAD, Suecia.- Cuando esta ciudad se propuso, hace una década, liberarse de los combustibles fósiles, era una aspiración inalcanzable, como eliminar las muertes por accidentes de tránsito o la obesidad infantil.
Pero hoy Kristianstad ya atravesó un umbral crucial: la ciudad y el condado que la circunda, con una población de 80.000 habitantes, no utilizan petróleo, gas natural o carbón para calentar sus hogares y oficinas, ni siquiera durante los largos y helados inviernos. Ocurre exactamente a la inversa que hace 20 años, cuando toda su calefacción venía de los combustibles fósiles.
Pero esta área del sur de Suecia, mejor conocida por el vodka Absolut, no reemplazó el petróleo por paneles solares ni turbinas de viento. En lugar de eso, como le corresponde a un epicentro de producción agrícola y procesamiento de alimentos, genera energía a partir de una mezcla de ingredientes, como la cáscara de papa, excrementos, aceite de comida usado, galletitas y tripas de cerdo.
Una planta en las afueras de la ciudad utiliza un proceso biológico para transformar el detrito en biogás, una forma de metano. El gas se quema para producir calor y electricidad, o se refina para utilizarse como combustible para autos.
En los últimos cinco años, muchos países europeos aumentaron su dependencia de las energías alternativas, desde las granjas eólicas hasta las presas hidroeléctricas. Pero Kristianstad ha avanzado más allá: estableció un sistema energético regional y redujo un 25% el uso de combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono en la última década.
Una estrategia exitosa
Los costos de implementación de esta estrategia, cubiertos por la ciudad a través de subsidios del Estado sueco, han sido considerables: el sistema centralizado de calefacción costó 144 millones de dólares, incluidas la construcción de una nueva planta de incineración, las redes de caños, el reemplazo de hornallas y la instalación de generadores.
Pero los funcionarios afirman que las ganancias ya son considerables: Kristianstad ahora gasta alrededor de 3,2 millones de dólares anuales para calefaccionar sus edificios municipales en lugar de los siete millones que hubiera gastado si todavía dependiera del petróleo y la electricidad. Provee de combustible para sus autos municipales, buses y camiones con biogás, y evita así la necesidad de comprar casi dos millones de litros de diésel o gas anuales.
Las operaciones en las plantas de biogás y calefacción producen ganancias, porque las granjas y las fábricas pagan aranceles para deshacerse de sus desechos, y las plantas venden el calor, la electricidad y el combustible que generan.
Las raíces de la transformación energética de Kristianstad se remontan a los aumentos del petróleo de los años ochenta, cuando ésta apenas podía permitirse calefaccionar sus escuelas y hospitales. Para disminuir el consumo de combustibles, la ciudad comenzó a instalar un tendido de caños de calefacción para formar una red subterránea. Estos sistemas utilizan uno o más hornos para calentar agua y producir vapor que se inyecta en el sistema. Es mucho más eficiente bombear calor en un sistema que puede calentar una ciudad entera que calefaccionar edificios individualmente.
Los sistemas de calefacción distritales pueden generar calor de cualquier fuente, y el de Kristianstad inicialmente dependía de los combustibles fósiles. Pero después de que Suecia se convirtió en el primer país que estableció impuestos sobre las emisiones de dióxido de carbono, en 1991, Kristianstad comenzó a buscar sustitutos. Ahora, esta ciudad sueca avanza hacia otros desafíos. Sus planificadores esperan que para 2020 no producirán ningún tipo de emisiones de efecto invernadero.
Por Biomasa Aragon
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