Este artículo forma parte del monográfico “Naturaleza y salud infantil” que trata de dar una visión completa y 360º sobre el beneficio del contacto con la naturaleza en la salud infantil. En esta entrega, el Dr. en Psicología Ambiental, José Antonio Corraliza, presenta algunas claves para entender la experiencia infantil de los entornos urbanos.
“La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad
dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso…”
(I. Calvino, Las ciudades invisibles)
dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso…”
(I. Calvino, Las ciudades invisibles)
La ciudad, como soporte espacial, constituye el escenario fundamental en el que transcurre la vida humana. La ciudad es el mayor artefacto tecnológico jamás imaginado por el ser humano. Es una forma de asentamiento territorial forjada como resultado de un complejo proceso de adaptación, orientado fundamentalmente por la satisfacción de las necesidades de eficiencia productiva y de interacción social. La vasta concentración de pobladores que supone la ciudad moderna tiene unas ventajas indiscutibles para la mejora de la productividad económica, la eficiencia de los servicios y, en suma, la racionalización de la vida. Es el más claro y contundente indicador de la modernidad. Durante mucho tiempo, además, la ciudad, con sus luces y sus sombras, ha sido, y aún es hoy, uno de los mayores reclamos de mejora vital. En efecto, la mayor parte de la empobrecida población mundial condensa sus sueños en llegar a una gran ciudad donde, se cree, podrá encontrarse remedio a los problemas de carestía y exclusión social. Ello explica el vertiginoso crecimiento de las grandes concentraciones metropolitanas, especialmente en los países aún no desarrollados.
Según los datos del informe de 2008/2009 de Naciones Unidas/ UNESCO la mitad de la humanidad vive actualmente en ciudades y, dentro de dos décadas, será el 60% de la población la que resida en entornos urbanos. A mediados del siglo XXI, la población urbana total de los países en vías de desarrollo será más del doble que ahora, pasando de los 2,3 mil millones en 2005 a los 5,3 mil millones en 2050. En los países en vías de desarrollo las urbes ganan una media de cinco millones de residentes al mes [UN-HABITAT, 2008].
En la actualidad, el 43,5% de la población infantil y adolescente (entre 0-19 años) vive ya en ciudades de más de 500.000 habitantes. Y el crecimiento de la población infantil urbanizada es progresivamente mayor en los países emergentes que en los países industrializados. Según este mismo informe, el 60% del crecimiento demográfico urbano son niños nacidos ya en las ciudades; el otro 40% del crecimiento demográfico urbano es consecuencia de migraciones. Así, por ejemplo, en el año 2008 la décima parte de la población infantil de China (27,3 millones de niños y niñas) se desplazó a otras ciudades dentro de su propio país (UNICEF; 2012, p. 35). Evidentemente, este proceso de crecimiento urbano es muy diferente según los países y el contexto social, económico y cultural. En cualquier caso, estos datos permiten pensar en la importancia estratégica que adquieren los modelos de planificación y desarrollo urbano que tienen una poderosa influencia en la conformación de los estilos de vida infantiles.
Las ciudades, como hábitat que concentra progresivamente una mayor cantidad de personas, han crecido espectacularmente en el último siglo. Y el número de concentraciones metropolitanas sigue creciendo. Rifkin, en una reconocida contribución, ha indicado que el número de ciudades de más de un millón de habitantes es 414, y en pocos años se espera doblar esta cifra. Rifkin destaca que, posiblemente, el rasgo más negativo de la experiencia urbana deriva del hecho de que la ciudad representa el intento de la especie humana de alejarse de la naturaleza. A este respecto, señala:
“En la gran era de la urbanización hemos aislado cada vez más a la raza humana del resto del mundo natural en la creencia de que podríamos conquistar, colonizar y utilizar la rica generosidad del planeta para garantizar nuestra completa autonomía sin consecuencias funestas para nosotros y para las generaciones futuras. En la próxima fase de la historia humana tendremos que encontrar un modo de reintegrarnos en el resto de la Tierra viviente si pretendemos preservar nuestra especie y conservar el planeta para las demás criaturas.” (Rifkin, 2007)
Diversos especialistas han mostrado que la ciudad contemporánea es, en términos generales, un recurso de gran valor para la mejora de la vida humana. Podría decirse que el gran artefacto tecnológico que es la urbe contemporánea hace la vida más cómoda, más fácil y con un más claro horizonte de progreso. Al mismo tiempo, sin embargo, crea una sensación de dependencia y de falta de control que el psicólogo social S. Milgram (1970) ha resumido con el término desobrecarga informativa. La sobrecarga informativa describe la experiencia humana de aquellos escenarios urbanos en los que existen múltiples demandas de atención que exigen a la persona estar en permanente estado de alerta. La exposición persistente a estas situaciones de sobrecarga de estímulos informativos constituye un claro antecedente de estrés y de saturación del sistema atencional que, en cualquier caso, producen un plus adicional de cansancio y fatiga al que produce el normal desempeño de las actividades de la vida diaria en los abigarrados escenarios urbanos.
La experiencia de la sobrecarga informativa en los escenarios urbanos afecta a todos los grupos de edad, pero son especialmente relevantes los efectos que tiene en la infancia y en el desarrollo infantil.
Los niños son especialmente sensibles o vulnerables a los factores ambientales (Wells, 2000; Wells y Evans, 2003). Los ambientes donde los niños pasan la mayor parte de su tiempo tienen gran importancia en su desarrollo ya que éstos buscan de manera activa pistas sobre cómo comportarse, quiénes son o qué pueden hacer en esos ambientes. Al ser más permeables a lo que les rodea, es importante la calidad del ambiente en el que crecen los niños, ya que son más vulnerables a las condiciones adversas que los adultos. Y, en este sentido, puede afirmarse que a mayor calidad ambiental, mejor funcionamiento cognitivo. Taylor y Kuo (2011), por ejemplo, muestran la importancia que tiene la calidad de los espacios públicos (especialmente, los espacios verdes urbanos) para mejorar la capacidad de atención.
La excesiva carga tecnológica, así como la complejidad de la organización espacial de las ciudades, se traduce en dificultades añadidas para el desarrollo de un adecuado nivel de autonomía de la infancia. El estudio de las relaciones de los niños con sus entornos cotidianos en la ciudad (especialmente, en las grandes ciudades) ha permitido concluir a diversos investigadores que la ciudad dificulta y alarga de manera crónica los estadios más dependientes del desarrollo infantil, al tiempo que, si se ven afectados por condiciones de pobreza y exclusión social, sus efectos sean más intensos.
De entre todos los efectos que aparecen en la gran ciudad, hay que destacar la emergencia de un síndrome que afecta especialmente a la población infantil. Recientemente, algunos especialistas describe el denominado “trastorno por déficit de naturaleza” (Nature Déficit Disorder; véase, Louv, 2008), consecuencia del esfuerzo prolongado del cerebro humano por hacer frente a la selva de estímulos estridentes de la vida urbana. El trastorno por déficit de naturaleza ha sido descrito especialmente en la población infantil urbanizada, carente de contacto directo con la naturaleza; entre los efectos más claramente identificados en estudios con muestras de niños, se mencionan la aparición de desórdenes de atención y las dificultades para asumir hábitos saludables (ejercicio físico, alimentación, actividades en solitario, etc.). Al mismo tiempo, el trastorno por déficit de naturaleza puede explicar la disminución de la capacidad creativa, la curiosidad y la falta de implicación en relaciones sociales de cierta intensidad (hecho éste que provoca una cierta tendencia al aislamiento de los demás).
Algunos de los más importantes problemas de salud infantil (tales como la obesidad, las enfermedades respiratorias o el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, entre otros) están claramente relacionados con el estilo de vida sedentario y la falta de hábitos de contacto y exposición directa a entornos naturales. McCurdi et al. (2010), relacionan este patrón generalizado de estilo de vida sedentario con la falta de actividad física y de actividades en ambientes exteriores. En este sentido, destacan la importancia de que los vecindarios y centros específicos (como las escuelas) estén dotados de adecuados espacios públicos verdes como un recurso para producir un más adecuado nivel de bienestar físico, psicológico y social (véase Townsend & Weerasuriya, 2010). Además, el contacto directo con entornos naturales y naturalizados puede ser un factor que incremente el nivel de bienestar personal subjetivo en los adolescentes porque aumenta las posibilidades de desarrollar actividades gratificantes, facilita la oportunidad de encuentros casuales y contribuye a incrementar las relaciones sociales de los niños y adolescentes (véase, Casas et al., 2012). En este sentido, merece la pena reproducir una de las conclusiones del citado informe de UNICEF sobre el Estado de la Infancia en el Mundo 2012. En dicho informe se presenta, entre otras, la siguiente conclusión:
«En los entornos urbanos, los espacios públicos podrían contribuir a mitigar los efectos del hacinamiento y la falta de intimidad en el hogar y fomentar la capacidad de los niños para relacionarse con compañeros de distintas edades y circunstancias, sentando las bases de una sociedad más equitativa. Facilitar el esparcimiento, puede, además, contrarrestar los índices de crecimiento de obesidad y sobrepeso en la infancia que dimanan no sólo de los cambios en el régimen alimentario sino también de la adopción de un estilo de vida sedentario relacionado, a su vez, con la pérdida de oportunidades recreativas (…)(…) Los niños y las niñas precisan también del contacto con la naturaleza. Numerosos indicios de investigación muestran que la cercanía con los árboles, el agua y otros aspectos del paisaje natural influyen de forma positiva en la salud física, mental, social y espiritual de niños y niñas. Se ha constatado que el contacto con la naturaleza puede restablecer la capacidad de concentración de los más pequeños que es la base para mejorar la cognición y el bienestar psicológico” (UNICEF, 2012, p. 62).»
Diversos especialistas creen necesario prestar atención a este trastorno en la población infantil, y se recomienda redefinir la «agenda» infantil, en la que el contacto directo con la naturaleza ha sido sustituido por el tiempo dedicado a la televisión, a los videojuegos y a una sobrecarga de tareas de aprendizaje, tanto escolar como extraescolar.
En trabajos previos se ha descrito la ciudad como un entorno vulnerable que hace más vulnerable a todos sus pobladores (Corraliza, 2011). Entre los factores que inducen vulnerabilidad, destacan, por su especial incidencia en la infancia, los siguientes:
- La dificultad para establecer patrones estructurados de identidad por las dificultades de apropiación de los espacios urbanos, descritos como “no-lugares”.
- Las dificultades para la participación e implicación en los espacios públicos en una “metrópoli vacía” de significados relevantes para las personas.
- Las dificultades para la movilidad y los desplazamientos en un entorno caracterizado por el denominado “urbanismo defensivo”.
- La mercantilización de la ciudad que dirige a sus pobladores a espacios tematizados estructurados en los centros comerciales.
La ciudad, tal y como está configurada, produce una manera de ser, un estado de la mente con sus luces y sus sombras. Los debates abiertos sobre la estructura social y espacial de la ciudad contemporánea a partir de las necesidades de la infancia no afectan sólo a los niños. Constituyen una oportunidad para hacer de la ciudad un entorno más habitable y amigable para todos.
Referencias bibliográficas.
- Casas, F (2011). Subjective social indicators and child and adolescent well-being. Child Indicators Research, 4, 555-575-
- Corraliza, J.A. (2011). La ciudad vulnerable. En B. Fernández y T. Vidal (eds.). Psicología de la ciudad. Debates sobre el espacio urbano. Barcelona: UOC.
- McCurdy, L.E.; Winterbottom, K.E.; Mehta, S.S. and Roberts, J.R. (2010). Using nature and outdoor activity to improve children health. Curr probl Paediatric Adolescent Health, Care, 40, 102-117.
- Milgram, S. (1970), The experience of living in cities. Science, 167, 1461‑1468.
- Rifkin, J. (2007). Homo urbanus: ¿Celebración o lamento?. El País, 6 de enero de 2007.
- Taylor, A. y Kuo, F. (2011). Could exposure to everyday green spaces help treat ADHD? Evidence from children’s play settings. Applied Psychology: Health and well-being, 3, 281-303.
- Townsend, M. y Weerasuriya, R. (2010). Beyond Blue to Green: The benefits of contact with nature for mental health and well-being. Beyond Blue Limited: Melbourne, Australia.
- UNICEF (2012). Niñas y niños en un mundo urbano. Estado mundial de la infancia 2012. Nueva Cork: División de comunicaciones de UNICEF.
- Wells, N. (2000). At home with nature: Effects of “Greenness” on Children’s cognitive functioning. Environment and Behaviour, 32, 775-795.
- Wells, N., y Evans, G. (2003). Nearby nature. A buffer of life stress among rural children.Environment and Behavior, 35, 311-330.
José Antonio Corraliza es Sociólogo y Doctor en Psicología con una Tesis doctoral sobre las dimensiones afectivas del medio construido. Catedrático de Psicología Social y de Psicología Ambiental en la Universidad Autónoma de Madrid. Imparte docencia de Psicología Ambiental y de Percepción Ambiental, tanto en la Facultad de Psicología como en la titulación de Ciencias Ambientales. Su investigación se centra en el significado del medio construido, la percepción de paisaje y la relación entre la naturaleza y el bienestar infantil.
Publicado en fundrogertorne.org
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