31 de diciembre de 2010

Amazonia brasileña: de la deforestación al desarrollo


por Alba Fernández Candial - Desde Río de Janeiro

En los últimos años, Brasil se convirtió en una potencia emergente, aspirante a guiar a América del Sur hacia un nuevo orden mundial con novedosas políticas económicas, sociales y medioambientales. Capaz de escapar sin mayores problemas a la crisis económica global, el Gobierno brasileño impulsa un nuevo tipo de desarrollo deseoso de respetar el medio ambiente pero consciente del enorme potencial de la región. Lejos de disminuir, la explotación de la Amazonia empieza a despuntar en otros ámbitos.

Desde que fue descubierta por los colonizadores europeos en el Siglo XV, la selva amazónica es un territorio codiciado por la riqueza de sus recursos. Minerales, plantas medicinales, resina vegetal para producir productos derivados tan importantes como el caucho y, por supuesto, la madera. La Amazonia es considerada la mayor extensión de selva tropical del mundo: abarca cerca de 6,5 millones de km² repartidos en nueve países del continente de América del Sur, aunque dos terceras partes de su superficie están en territorio brasileño.


A finales del Siglo XIX, la explosión del negocio del caucho y de la industria maderera convirtieron a la Amazonia en una verdadera mina de oro. Los negocios afloraron en medio de la selva y el territorio fue explotado sin contemplaciones hasta que, un siglo después, surgieron las primeras políticas ecológicas enfocadas a la preservación de las zonas verdes del planeta. Hasta entonces, nadie se había planteado las consecuencias negativas de una explotación descontrolada de los recursos naturales. Considerada el “pulmón del planeta”, la Amazonia enseguida concentró los esfuerzos de gran parte de las asociaciones ecologistas de todo el mundo.

EL GOBIERNO "VERDE" DE LULA

El presidente de Brasil, Luiz Inácio "Lula" da Silva, asegura que su gobierno fue el más “ecologista” de todos los que administraron el país y defiende las políticas llevadas a cabo. Efectivamente, el ritmo de deforestación de la selva amazónica se vio reducido bajo su mandato (2003-2010). Sin embargo, los estudios realizados por el estatal Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) señalan que durante los últimos ocho años, se destruyeron cerca de 120.000 km² de selva en el territorio brasileño, una superficie similar a la de Corea del Norte.

Según el último informe del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE), el área de selva destruida durante el último año es el menor desde que empezó a realizarse el estudio en 1988. Entre agosto de 2009 y julio de 2010 fueron deforestados 6.450 km² de bosque tropical, lo que supone una reducción del 14% en el ritmo de devastación. El objetivo del Gobierno brasileño es bajar al límite de 5.000 km² por año.

UN NUEVO TIPO DE DEFORESTACIÓN

Los tiempos cambiaron y el problema de la tala descontrolada no proviene de las grandes corporaciones, cuya actividad es supervisada y fiscalizada por las autoridades, sino que surge de las más pequeñas: habitantes y campesinos de los estados brasileños en territorio amazónico que ven en esa práctica una oportunidad de cultivar tierras. Se trata de “pequeñas talas” de hasta 500 m², difíciles de captar por los satélites del INPE, que intentan mantener un control sobre el ritmo de la desforestación.

En su lucha por controlar la destrucción de la Amazonia, el Gobierno de Lula delimitó las zonas más afectadas e incentivó a los agricultores a trabajar las tierras que llevaban más tiempo deforestadas. Se crearon programas como el Moratoria Soja, que pretende conciliar prácticas de cultivo más sostenibles con el desarrollo económico de la región amazónica, una de las más pobres de Brasil. Pero los programas estatales suelen ser limitados y los resultados para las familias de agricultores, insuficientes. Es más fácil talar el bosque que hay detrás de casa que pelearse durante meses con la burocracia para conseguir una licencia que, después, reportará unos ingresos económicos mínimos.

El crecimiento de la economía brasileña se concentra en las grandes metrópolis, especialmente en el sur, la región más rica del país. Mientras tanto, el norte y nordeste de Brasil asisten con impotencia a un crecimiento desigual y a un desarrollo que no les llega.

LA NUEVA AMAZONIA

La aparición en escena de esta nueva potencia emergente (Brasil aspira a ser la 5ª potencia mundial en 2020) provocó que la región amazónica busque otras alternativas para promover el desarrollo, al margen de la explotación de sus recursos naturales. El mayor ejemplo es Manaus, la capital del estado de Amazonas que, tras la época de esplendor vivida con el comercio del caucho a principios del Siglo XX, cayó en el olvido. Para extender el desarrollo a la región norte del país, el gobierno brasileño creó en 1967 la Zona Franca de Manaus, un inmenso polígono industrial que hoy en día se convirtió en una de las zonas de producción de artículos electrónicos más importantes del mundo. Cerca de 500 empresas internacionales producen parte de sus equipamientos electrónicos allí y generan más de medio millón de empleos.

Otros sectores, como la industria cosmética o el turismo, también se dieron cuenta de la necesidad de adoptar estrategias más respetuosas con el medio ambiente y de la oportunidad que supone poner la etiqueta “ecológica” a su negocio. Productos naturales creados en reservas protegidas y envasados con embalajes reciclables, además de los paquetes turísticos que permiten adentrarse en la naturaleza más salvaje sin dañarla.

Cada vez son más las opciones de “negocio verde”, la alternativa a la deforestación y al difícil equilibrio entre el desarrollo económico y el ecológico.

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