2 de noviembre de 2010

Comer para vivir y vivir para contarlo

De todos los factores determinantes en el desarrollo sostenible, la alimentación debe ser el más recurrente. La calidad de nuestros alimentos está dada por el nivel de riqueza del país que habitamos. Esta riqueza depende no sólo de los factores económicos sino, principalmente, de factores sociales. Una comunidad enferma es, por supuesto, una comunidad pobre. Pobreza que viene de una afección producida por una mala calidad de vida y desencadenada, en gran medida, por una alimentación peligrosa.

OMG!: Organismos modificados genéticamente (y otras manipulaciones)

Aunque existen pocos estudios decisivos al respecto, sí hay una sospechosa coincidencia entre modificación genética de los alimentos y un explosivo aumento de patologías cancerígenas a lo largo de las últimas décadas, por lo que varias organizaciones de salud aseguran un alto nivel de correlación entre ambos.

A ello se suma la adición de elementos externos a la naturaleza del producto para aumentar sus propiedades. Algunos de los más utilizados y peligrosos son los colorantes como el amarillo crepúsculo; los dióxidos de azufre, especialmente el E220; los antioxidantes y el glutamato monosódico, ingredientes presentes, sobre todo, en alimentos de última generación.

Otro factor de riesgo evidente son los pesticidas. De acuerdo a un informe de la OMS, 200 mil personas en el mundo mueren al año como resultado directo de la intoxicación con plaguicidas. A ello se suman las muertes indirectas, producidas principalmente por diversos tipos de cáncer. Según el Registro de Evaluación y Autorización de Químicos de la Unión Europea, uno de los lugares del mundo más estrictos en el tema, 75 mil productos químicos han sido introducidos en el ambiente en los últimos 50 años. Como resultado de ello, 300 sustancias químicas sintéticas están presentes en el organismo humano, incluso en el de recién nacidos, pues su toxicidad puede ser transmitida de una madre a un hijo.

Sudamérica recién en los últimos años ha erradicado la utilización de diversos pesticidas del tipo organoclorados, cuyo daño es persistente dada su capacidad de almacenarse de distintas formas en el ambiente.

Chile, por fortuna, todavía ofrece posibilidades para los cultivos y la ganadería orgánicos. Pero posee, también, una enorme industria que avala la dieta rica en azúcar y carbohidratos procesados; el dulce camino hacia enfermedades como la diabetes, la pesadilla tercermundista de un país que lleva varios años caminando por la vía del desarrollo.

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